Síganos en nuestras redes:          


Un llamado de urgencia.

"Todo lo que hiere a la tierra, hiere también a los hijos de la tierra."
De la carta del indio Seatle al presidente de los Estados Unidos en 1854. Los primeros homínidos, nuestros lejanos ancestros, se alimentaban de plantas que les proporcionaban las llanuras africanas y de los animales que cazaban; fueron nómadas por miles de años hasta que establecieron la agricultura, sembrando y recolectando los frutos de la cosecha. Entonces se volvieron sedentarios y construyeron asentamientos humanos. Aparece así la primera intervención del hombre sobre la naturaleza para asegurar su supervivencia. De ahí en adelante el ser humano a través de la evolución y gracias a su cerebro superior, ha manejado los recursos naturales para atender sus necesidades, para mejorar su entorno y sus condiciones de vida. Se puede afirmar que su proceso de adaptación como especie humana se resume en poner a su servicio el recurso natural, modificándolo, explotándolo, pero desafortunadamente, también agrediéndolo al violar las leyes que lo ordenan, desequilibrando su sistema ecológico regido por mecanismos sabios y precisos.

Hay que decir que cuando el hombre descubrió el fuego, las primeras quemas enviaron ya CO2 contaminante a la atmósfera y cuando extrajo los metales para sus primeras herramientas, inició la contaminación del agua. Sin embargo, estos impactos no afectaban los ecosistemas. Con el tiempo la crisis ambiental se inaugura en 1769 con el invento de la máquina de vapor de James Watt en Inglaterra que funcionaba con la combustión de carbono. Este momento determinó una gran etapa de la historia llamada Revolución Industrial que vino a transformar totalmente la sociedad de ese entonces. Los motores de combustión de carbono se usaron en el funcionamiento de muchas máquinas, en la industria textilera, en los grandes barcos y en los trenes. La economía rural de la agricultura se transformó en urbana propiciando la construcción de ciudades industriales y la aparición de la clase trabajadora o proletaria. La máquina trajo comodidades para la humanidad, se configuró una nueva vida y nuevos paradigmas para la sociedad. Pero toda esta revolución social y tecnológica tuvo su costo, el daño ambiental causado por la invasión de CO2 en la atmósfera como producto de la combustión de toneladas de carbono.

Un siglo después aparece la poderosa industria del petróleo con el primer pozo estadounidense en Pensilvania en 1859. Extraído del subsuelo se convirtió en el mayor combustible de toda la estructura industrial, especialmente como fuente de energía mecánica, térmica, pero además como materia prima de plásticos y cantidad de derivados los cuales transformaron el consumo y la industria en todo el planeta, mejorando las condiciones de vida y contribuyendo a la economía global, pero a cambio de daños al ecosistema. El uso del petróleo provocó otra transformación social en las costumbres de las gentes, en la economía, en la política y la geopolítica y en la acumulación desigual de la riqueza entre los países. La ambición por poseer el oro negro ha llegado a tal punto de ser la causa de las grandes guerras en las últimas décadas.

La combustión del petróleo, junto con el carbono y los gases fósiles ha llevado la crisis ambiental a su máxima gravedad. La desbordada contaminación ha desequilibrado totalmente el sistema ecológico del planeta. La emanación y acumulación de carbono en la atmósfera ha llegado a tales niveles que ha impactado la regulación térmica provocando el efecto invernadero o calentamiento global. Sus efectos han sido devastadores: disminución de los casquetes polares, aumento en el nivel del mar, ciudades costeras inundadas y con amenaza de desaparecer, extinción de miles de especies que han sucumbido al calor, descontrol en el clima global con inviernos extremos nunca vistos y veranos asfixiantes que provocan muertes humanas, incendios forestales incontenibles y en otros casos granizadas en lugares insospechados, sequías y desaparición de fuentes de agua dulce; y qué decir de los inclementes tornados y huracanes que cada año arrasan poblaciones dejando destrucción y pobreza, y junto a todo esto las enfermedades causadas por el aire contaminado en las grandes urbes.

Ante la llamada de alerta que por décadas han hecho los científicos los gobernantes del mundo han formulado acuerdos para detener las emisiones de carbono de los emporios industriales, pero no han tenido eficacia ni cumplimiento porque han puesto en primer lugar sus propios intereses económicos. Hoy no podríamos prescindir inmediatamente del petróleo como fuente de combustión, pero ha llegado el momento de empezar a reemplazarlo utilizando otras fuentes alternativas de energía limpia para lo cual los países más avanzados deben invertir en investigación y hacer transferencia de tecnología a los subdesarrollados. Así mismo, es necesario volver la mirada a otra realidad que exige compromisos: estamos viviendo la era de la sociedad de consumo impuesta por la acelerada y gigantesca producción de mercancías en los países industrializados que solamente buscan producir y ganar, para lo cual utilizan enormes cantidades de combustibles contaminantes que incrementan las emisiones de carbono a la atmósfera convirtiéndose en los mayores causantes del daño ambiental. Para estos poderosos sólo importa la producción y el consumo aún a costa del aire, del suelo, del agua, de los mares y ríos, del genoma viviente e incluso de la extinción de la misma vida.

Este es un momento crucial de nuestra existencia como especie; hoy el llamado es de urgencia, pues, estamos en conteo regresivo para detener el atentado al planeta antes de que los daños ya sean irreversibles. Los estados más poderosos y los más contaminantes deben asumir con honestidad y responsabilidad la cuota de solución. Pero en últimas, corresponde a toda la humanidad concientizarse y asumir un nuevo paradigma en su forma de vivir, de producir, de consumir, de transportarse. Una nueva y estricta cultura para relacionarnos amigablemente con la naturaleza a través del desarrollo sostenible, frenando el consumismo ostentoso, derrochador que nos imponen, cuidando nuestro único hogar que nos fue dado y que no podemos entregarlo destruido y enfermo a las nuevas generaciones.