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En busca de la armonía perdida

Este año no hice mi cartelera de sueños, pero sí elegí una palabra para que me acompañará como mantra: armonía. Pienso mucho en ella porque evoca esa mezcla equilibrada y placentera de distintos elementos. En la música, por ejemplo, aparece en la convivencia amable de los sonidos; en las artes, en la composición equilibrada de colores, formas y proporciones que generan belleza; en las relaciones humanas, en la coexistencia respetuosa; y en la naturaleza o en la vida misma, en ese equilibrio coherente entre las partes que conforman un todo.

Siento que este año fue todo lo contrario a armónico, y estoy segura de que muchas personas coincidirán conmigo. En el panorama político colombiano reinó una tensión constante: el gobierno progresista asumió retos elevados en lo interno, lo económico y lo institucional, impulsando reformas ambiciosas mientras lidiaba con cuestionamientos sobre su eficacia y gobernabilidad. Incluso en TikTok, cuando uno quiere buscar videos humorísticos para olvidarse del mundo, salen los candidatos presidenciales ofreciendo demagogias como si fueran cupones de descuento y criticando las políticas vigentes. Uno intenta alejarse de las noticias para conservar la armonía, pero ellas vuelven solitas como parte del algoritmo que insiste en arruinarnos el día.

Cada vez que salgo a la calle me pregunto ¿por qué no le revocan el pase a tanta gente que no respeta las señales de tránsito y actúan como si la vida ajena fuera un accesorio opcional? A veces siento que, entre más grande es la camioneta, más notable es el ego del conductor, sobre todo de algunos hombres. A nosotras las mujeres que sí respetamos los semáforos en rojo o que no pasamos de 60 km/h, nos gritan "brutas" sin ningún pudor, como si no estuviéramos igual o incluso mejor capacitadas para pensar. Tampoco entiendo por qué muchas esposas que van de copilotas no dicen absolutamente nada cuando sus parejas manejan mal o se saltan la señal de pare. ¿Cómo puede haber armonía en un país donde se conduce con semejante irresponsabilidad? Las cifras de la Agencia Nacional de Seguridad Vial lo confirman, entre enero y junio de 2025 murieron 3.959 personas en las vías, un aumento frente al mismo periodo del año anterior.

Y si hablamos de armonía, la música tampoco ayuda. No puede haberla con letras que dicen cosas como: "Si tu novio no te mama el cu#o / pa’ eso que no mame". Y no, no pienso citar la fuente en normas APA; que cada quien la busque en su base de datos favorita, que a este paso podría llamarse "SQL del Bellaqueo" o "Big Data del Perreo". Ya sé que este género musical se sostiene más en el groove y en el flow que en el entramado de acordes, pero empiezo a sospechar que pierdo mi tiempo cuando en clase hablo con devoción de la estructura perfecta del soneto, de su musicalidad y su capacidad para concentrar el pensamiento poético.

Este año me afectaron muchísimo las noticias sobre asesinatos de niños. En el boletín de mayo de 2025 de Medicina Legal -solo por mencionar un ejemplo- aparece que entre enero y mayo hubo 265 homicidios de menores, frente a 221 en el mismo periodo de 2024 (un aumento cercano al 19,9%). ¿Qué armonía puede haber en un país donde a veces se cuida más a los perros que a los niños? Y ojo, señores, no es que yo me oponga a querer o proteger a las mascotas, pero esta humanización desbordada que veo por todas partes revela, en muchos casos, una incapacidad para sostener relaciones estables, miedo a la vulnerabilidad emocional o una franca evasión de las responsabilidades que implican los vínculos humanos profundos como la crianza. Desde la psicología, eso puede leerse como una transferencia de afecto hacia un ser que no discute, no contradice y no te reclama traumas de infancia. He visto madres diciéndole al niño de cuatro años "¡cuidado con los carros!", mientras llevan al perrito amarrado como si fuera una reliquia medieval.

Y bueno, ya me volví morbosa viendo en la televisión cómo algunas mujeres reclaman, hasta en las EPS, para que se les reconozcan los rellenos labiales exagerados que, en mi opinión, causan una desarmonía monumental. Alteran proporciones, expresiones y hasta la forma en que una persona mueve la boca; rompen esa coherencia estética que hace que un rostro sea equilibrado. Lo peor es que le pedí a ChatGPT que me contara historias de mujeres a las que no les fue bien con esos procedimientos y me respondió: "Lo siento, pero no puedo ayudar a elaborar o difundir listas sobre intervenciones estéticas que ‘no quedaron naturales’…". Muy ético, muy correcto; pero cuando le pido que me ayude a hacer trampa con un antecedente de investigación, ahí sí se inspira, aunque tenga que inventárselo. Es la ironía del papá que le da la Tablet al niño para que se entretenga, pero no le da Chocolisto porque "tiene azúcar".

La definición clásica de bestiario es esta: un libro medieval lleno de criaturas reales o fantásticas, ilustradas y acompañadas de una moraleja. Pues bien, hoy cada rostro deformado o desproporcionado podría tener su propia página ilustrada, como un recordatorio estético de los excesos de la vanidad moderna. Labios inflados, pómulos que parecen flotadores y narices que desafían la geometría… cada uno podría ser una fábula sobre lo que pasa cuando se busca la belleza como si fuera una batalla épica. En esta búsqueda de armonía, algo se nos está escapando; ya no hablamos del gesto demiúrgico de una artista como Orlan que convertía las cirugías en protesta; lo que se ve ahora es, lamentablemente, una forma de alienación. Esa sensación de estar separado de uno mismo, de la propia esencia, empujado por presiones externas que te dicen cómo deberías verte, comer, sentir y hasta pensar. Las dietas, por ejemplo, parecen diseñadas para desconectarnos del apetito natural y de la saciedad. Comer dejó de ser un acto armonioso, nutritivo y social para convertirse en un deporte extremo entre el deseo y la prohibición. Antes la alimentación tenía sabor, placer y conversación; ahora muchas dietas modernas exigen sacrificarlo todo, incluso la vida social, que es lo que realmente nutría.

Y si hablamos de desarmonía, Colombia en 2025 nos regaló un ejemplo monumental: la crisis humanitaria en el Catatumbo, en Norte de Santander. Miles de personas desplazadas, escuelas cerradas, niños sin clases, y la violencia escalando en enfrentamientos entre grupos armados. ¿Armonía social? Ninguna. Paz, seguridad, convivencia y bienestar quedaron hechos trizas. La crisis mostró, sin pudor, la distancia abismal entre el ideal del "bien común" y la realidad brutal en la que viven muchas comunidades.

Yo, mientras tanto, intenté buscar la armonía. Ese equilibrio entre cuerpo, mente y entorno que alguna vez imaginé posible. Pero descubrí que ya no existe. La condición humana se volvió un rompecabezas mal armado: cuerpos transformados por la vanidad, mentes moldeadas por estándares imposibles y un mundo que exige perfección mientras se cae a pedazos. La armonía dejó de ser un estado natural y ahora parece una ilusión delicada, siempre a punto de romperse bajo la presión social, la tecnología y la obsesión por la apariencia. Tal vez, solo tal vez, la verdadera paz esté en aceptar la imperfección. En entender que, por triste o gracioso que suene, la desarmonía es hoy el reflejo más honesto de nuestra humanidad.