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El hombre creador de energía.

Entre los años de 1968 a 1971, en una pieza fundida en bronce y vaciada en concreto, el escultor antioqueño Rodrigo Arenas Betancourt representó el espíritu de una colectividad educativa. La obra mide 18.00 x 6.00 m de diámetro y se erige en la plazoleta central del campus de la UdeA. En ella, el hombre y la mujer emergen de la cúspide de una flor, y sus brazos, que se encuentran extendidos hacia arriba, indican la búsqueda del conocimiento. La flor encarna la belleza de la institución como una estructura científica y humanística.

Cuando un estudiante se compromete con su proceso académico y con su sociedad, va a la universidad a algo más que a "calentar puesto", como se decía décadas atrás. Lo triste es que hoy muchos jóvenes no comprenden la magnitud de esta empresa y asisten a las facultades porque los demás lo hacen o porque al parecer es el deseo de sus padres. No encuentran su nicho en este camino, y más que desorientados, se sienten desmotivados, desaprovechando por lo menos cinco o seis años en unas aulas que no los inspiran. Su estadía en la academia se convierte en un laberinto desafortunado lleno de rocas filosas; ir a clases y presentar ensayos y exámenes es un ejercicio tortuoso al estilo de Sísifo.

No me refiero a ningún decálogo sobre los tipos de estudiantes: el impuntual, el desaseado, el que no trabaja en clase, el que no trae los útiles completos, el que tiene mala conducta, el que a veces no cumple con sus tareas o el que conversa mucho en clase. Estos son los clásicos, quienes generación tras generación han asistido a todo tipo de aulas, bien a la escuelita del maestro Longaniza en El Chavo del 8, o bien a las tertulias vivificantes orientadas por John Keating, maestro de la Academia Welton en La sociedad de los poetas muertos. No obstante, y por lo general, estos novatos despuntan victoriosos del laberinto escolar, aunque con un par de rasguños como parte del proceso. Quiero mencionar al estudiante que no encuentra en el conocimiento una razón para vivir, haciendo su existencia miserable en el claustro y por ahí derecho dificultando el hacer de la institución y de paso de los maestros entrenados para enseñar en medio de tierra abonada.

Más allá de esa flor de concreto, luz, agua y bronce, principio de la posteridad y de la vida, se descubre al hombre moderno navegante del mañana, de cara al sol, frente a las autopistas cósmicas, entre estampidos y tinieblas. Es el hombre que sueña como artista o científico, que sigue la ruta de la energía que se ha robado del Olimpo el dios Prometeo. Para Bachelard, el símbolo está lleno de historia y en él se conjugan múltiples tradiciones. Así las cosas, el calor del sol obliga a los hombres y a las mujeres que habitan la universidad a imaginar y a soñar. Los soñadores nos encontramos en un período de sueño originario y el fuego es nuestro propio pasado, y es también el de los primeros fuegos del mundo.

¿Por qué algunos estudiantes no parecen conectados con ese fuego del conocimiento?, ¿han perdido la pasión por navegar en medio de los conceptos y los argumentos? o ¿es para ellos una obligación matricularse en la universidad? Y en caso contrario, ¿pierden algún estatus si no van? Por otra parte, ¿qué pasa cuando se es bueno en un oficio, pero malo en las matemáticas, la filosofía o los idiomas?, ¿acaso es infame ser técnico o artesano?

Muchos docentes especulan que bienestar estudiantil alcahuetea la desaplicación de algunos estudiantes y cuestionan si realmente tantos están enfermos de depresión y ansiedad. En tal sentido, sería conveniente interrogarse, por lo demás, por la efectividad y pertinencia de becas y programas como "Matrícula cero" o "Ser pilo paga", en las cuales los estudiantes no tienen que sostener un promedio y pueden cancelar las materias en las que no les va bien, incluso una semana antes de finalizar el semestre académico; hecho que sin duda empobrece el sistema y dilata los procesos.

Antes de que alguien diga que es culpa de los profesores, entonces hablemos de esos hombres y mujeres custodios de la energía. Tal y como veo el asunto, al maestro de hoy día, no hablo del catedrático investigador que labra una prosa inmortal, sino de aquel que es empleado por semestre académico (16 semanas) o bajo la figura de tiempo completo (40 horas), quien para poder acceder a sus contratos debe certificar cursos de docencia universitaria en caso de que no sea formado en pedagogía y presentar diplomas de maestría o doctorado, y de paso de publicaciones avaladas por Conciencias. Es decir que estos docentes tienen sus propios problemas, y para no sumarles otros más, es mejor que no llamen a lista y que se hagan los desentendidos con las inasistencias repetitivas de los estudiantes o con su falta de rigor en los tiempos de entrega de los trabajos, pues de no hacerlo, el profesor que no "colabora" con los programas de permanencia estudiantil no tendrá contrato el siguiente semestre. En tal punto, también es oportuno preguntarse ¿será que los maestros no hemos entendido los cambios generacionales?, o ¿será más bien que el fuego se nos hizo paisaje también en medio de nuestras tesis, tareas educativas y políticas de persuasión para que el jefe nos convoque de nuevo el siguiente semestre?

Advertiría Nietzsche que la educación se centra en la tendencia a la masificación que perjudica la singularidad de cada individuo. En tal contexto, se prioriza al estudiante "inactual e intempestivo" en contraste con el "moderno y funcional", destacando la importancia de la relación entre profesor y estudiante y haciendo énfasis en la complejidad de la dinámica autoridad-autonomía. Hay quienes interpretarían, siguiendo al filósofo alemán, que, en última instancia, la autoridad ya no la tienen los maestros, sino los datos de deserción escolar que priman sobre el compromiso real de algunos estudiantes.

Me gustaría decir, para finalizar, que, aunque reconozco que las universidades deben repensar sus valores y las nuevas realidades de sus estudiantes y adaptar así sus currículos, también estos deben reflexionar sobre el sentido que tiene para ellos obtener un título: ¿qué esperan que suceda en el proceso y cómo creen que eso podrá mejorar sus vidas, las de sus familiares y la sociedad en sí misma? He visto que algunos creen insulsamente que matricularse significa aprobar las materias, aun cuando no asisten a clases. También he notado en sus explicaciones que sienten que la institución les debe algo y debe adaptarse a ellos y a sus condiciones, por eso registran las asignaturas, incluso cuando no tienen tiempo para asistir a clases. Señor estudiante, si de verdad no estás interesado, busca la manera de ser sensato y asiste a la entidad conveniente para tratar tu desmotivación, sé consciente de que el Estado tiene unas obligaciones, pero para que la universidad cumpla con su misión, debemos ir a clases, escribir, presentar quizzes, trabajos y aprobarlos, sentarnos en la silla del aula por horas, tomar notas, discutirlas y pensar. De otra forma es muy difícil que la universidad pueda mantener las acreditaciones de alta calidad.